El tomar alimento y bebidas heladas es una costumbre muy antigua. Se cuenta que Alejandro Magno
mandaba traer nieve de las montañas para refrescar los vinos y también algunos alimentos; los romanos
también tenían estas costumbres de poner los vinos entre hielo o nieve, y que en los veranos cálidos
de Roma se conservaban en subterráneos.
El helado nació, como otras muchas cosas, en China, y de China pasó a la India, a las culturas persas
y después a Grecia y Roma. Pero es precisamente en la Italia de la Baja Edad Media cuando el helado
toma carta de naturaleza en Europa, traido por Marco Polo después de su largo viaje por el Oriente.
Marco Polo llega en 1295 a Venecia, y habla, entre otras muchas cosas, de los helados y de algunas recetas
para prepararlos.
En el siglo XVI se descubre que el nitrato de etilo mezclado con la nieve producia temperaturas muy bajas;
este descubrimiento tendría su importancia en la fabricación de helados, que Catalina de Medicis llevaría
a la corte francesa con sus famosos cocineros, aunque el secreto de la preparación fué guardado celosamente
durante mucho tiempo.
La historia del helado en Europa, que había comenzado en Italia, pasaba así a Francia y después a
Inglaterra, para terminar por extenderse a todas las demás naciones: se dice que bajo el reinado de Luis XIV
comenzaron a prepararse los helados de vainilla y de chocolate, más tarde los de nata, etc., para llegar al helado
actual.
Un hermoso, y dulce camino, que termina en las heladerias actuales, con tantas clases de helados, de natas y sorbetes.
Un postre siempre delicioso y complemento de una buena comida.
La preparación de los helados es muy sencilla; su confección es a base de cremas, zumos de frutas o natillas; para ello
basta con preparar la crema, colocarla en los recipientes adecuados y ponerlas en la nevera.
Actualmente se obtienen helados muy finos empleando la heladora eléctrica que sustituye a las antiguas de manivela.