- El cuerpo.
Es la sensación de llenar la boca. Se encuentra más
en los cafés robustas, en menor medida en los arábicas
naturales y es prácticamente nulo en los arábicas lavados.
- La acidez.
Cuanto mayor sea la altitud a la que se cultiva el cafeto, mayor es
la acidez del café. Por tanto, los cafés robustas carecen
de ella, mientras los arábicas, ya sean lavados o secos, tienen
una acidez variable, precisamente en función de la altitud
a la que hayan sido cultivados.
- La fragancia.
Se entiende como una mezcla entre el gusto y el aroma. Los robustas
son cafés con gustos amargos y aromas fuertes. Los arábicas
se caracterizan por su fragancia agradable y suave. Sin embargo, aún
teniendo muy en cuenta estos factores, existen otros agentes, ajenos
al propio cultivo del café, como puede ser la figura del tostador,
que también influyen en la degustación final de una
taza de café.
El tostador es un auténtico artesano, de ahí que
aporte su granito de arena en el proceso final del café. El
gusto y el aroma, sometidos a la acción del calor pueden sufrir
importantes transformaciones que alteren o refuercen el sabor final.
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