Primer
concurso nacional de relatos cortos sobre gastronomía y erotismo Kashba / Pablo Palacín Pi/ Accésit |
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Kashba/
Pablo Palacín Pi/ Accésit
Pero me
temo que estoy yendo demasiado aprisa. Me presentaré: mi nombre
es Gerardo (el apellido no tiene importancia), y comparto con Dana una
agencia de detectives dedicada preferentemente, como no podía
ser de otra manera, a asuntos matrimoniales. Puntualización:
nuestros servicios consisten en reunir pruebas para los juicios de separación
y divorcio. En el caso que nos ocupaba en esos momentos, la señora
de H., harta de los devaneos de su marido con cualquier cosa que llevara
faldas y un escote, decidió plantearle una demanda de divorcio
por infidelidades reiteradas para quedarse con todo, incluyendo la custodia
de los hijos y la casa. En cuanto a Dana, es nieta de un gallego (cómo no) que emigró a la Argentina antes de la guerra y allí hizo fortuna. Porteña hasta en el acento, cálido y meloso, se prometió con el hijo de un próspero industrial que casi desde el día siguiente al de la boda no cesó de someterla a todo tipo de vejaciones y de ponerle la mano encima hasta que, después de una borrachera de las que hacen época, estuvo a punto de matarla de una paliza. Dana cogió lo poco que estaba a su nombre y, arrastrando una maleta en una mano y a su hijo en la otra, se plantó en España después de un vuelo agónico de catorce horas.
-¿Listo? Rebobinamos
los dos vídeos, ajustamos el mezclador y, convenientemente provistos
de cigarrillos, hielo y una botella de bourbon sin desprecintar, pulsamos
el play y fuimos siguiendo las escenas en dos monitores paralelos. Como la grabación se había realizado en blanco y negro algunos de los paltos no se distinguían bien, pero pude apreciar unos entrantes a base de croquetas de garbanzos y espinacas y algo parecido a una ensalada, una bandeja de pescado horneado a la sal, cous-cous y cordero en salsa de una fruta, probablemente albaricoque. Mientras Ahmed y uno de sus ayudantes iban sirviendo las bandejas la pareja se mantuvo dentro de los cauces de una agradable conversación, pero las copas de vino, creo que de un Cariñena reserva aunque no pude distinguir el nombre impreso en la etiqueta de la botella, se vaciaban con regularidad. Comieron con apetito y hacia el final de los platos saldados ya habían empezado a reírse. Ahmed
les obsequió con un surtido de apstelillos hojaldrados típicos
de la zona del Atlas rellenos de miel, piñones y pasas, y dos
tazas de té a la menta y con un toque especial que,
conociendo al anfitrión, se trataría seguramente de un
afrodisíaco. La muchacha,
que respondía al nombre de Sonia, tomó uno de los hojaldres
y se metió la mitad en la boca pero sin llegar a morderlo. Con
un gesto lleno de femenina coqueteria se lo ofreció al señor
H., a quien para abreviar llamaré Sergio (obviamente, no es su
verdadero nombre).Pues bien, Sergio se inclinó hacia ella, atrapó
el resto de pastelillo entre sus propios labios y ambos permanecieron
unidos mientras por sus bocas entreabiertas podíamos apreciar
el ir y venir de lenguas cargadas de lujuria. La fiesta hábia
comenzado. |
-Caray. -Eso, caray. Podíamos percibir claramente los gemidos, suaves los de ella, profundos los de él. Sergio se puso en pie, hurgó unos segundos dentro del calzoncillo y sacó un pene aún no demasiado inspirado a pesar de las caricias que había recibido. Sonia tomó uno de los pastelillos de la mesa, lo abrió por la mitad, dejó que la miel cayera sobre el glande y resbalara por la piel hasta los testículos y después comenzó a chuparla con fruicción, ora con la lengua recorriendo el miembro en toda su longitud, ora acomodándolo dentro de su boca e iniciando un movimietno de mete y saco digno de las mejores películas porno. Cuando Sergio estuvo a punto, apartó a un lado de la mesa las bandejas que el servicio del restaurante aún no había recogido y ayudó a Sonia a que se tendiera sobre el tablero. Llevaba una falda plisada de medio vuelo que el hombre levantó sin dificultad, pero en vez de dejar a la vista la preceptiva prenda interior femenina, más o menos sexy y del color a gusto de la consumidora, nos encontramos con un slip tipo bóxer, alto hasta la cintura y ligeramente abultado en su parte central. -Pero... -Menuda
sorpresa.... Dana miraba
la pantalla como hipnotizada, como si no pudiera creer la transformación
llevada a cabo por Sonia ante nuestros ojos. Y es que nunca nos habíamos
encontrado con algo semejante: ni en sus piernas, ni en su pubis, ni
en sus brazos, ni tan siquiera en su rostro había el más
mínimo rastro de vello.
Con su corpulencia, Dana no tuvo ninguna dificultad en derribarme de la silla y arrebetarme de un mismo golpe el pantalón del chándal a la vez que el slip. Se apoderó de mis genitales y los estrujó sin piedad entre sus manos consiguiendo arrancarme aullidos de dolor, pero descubrí una nueva fuente de placer que nunca hasta entonces había experimentado. Y cuando mi pene estuvo a su gusto se arremangó la falda, se quitó las bragas de un tirón y se montó a horcajadas sobre mí sin darme la oportunidad de opiniar acerca de la postura que más nos pudiera apetecer a ambos. No fue una violación....pero la verdad es que le faltó muy poco. Llegamos al organsmo las cuatro a la vez, pero mientras los del restaurante se vieron obligados a contener sus efusiones para no escandalizar a sus vecinos de reservados, nosotros dejamos que nuestros gemidos inundaran la oficina, aún a riesgo de que nos oyera algún vecino. Dana recompuso su atuendo y me ayudó a levantarme sin atreverse a mirarme a los ojos. Nunca nos había ocurrido nada semejante, sobre todo porque ella dejó muy claro desde el principio que después de su fallida experiencia en el matrimonio, con el único hombre con el que quería tener tratos era con su hijo. -Lo siento...No
sé lo que... Encendió
un cigarrillo con dedos temblorosos y volvió a su puesto ante
los mandos de los vídeos. Sergio y Sonia, o como quiera que se
llamase, estaban terminando de vestirse, se comieron uno de aquellos
hojaldres sin dejar de hacerse arrumacos y, después de abonar
la cuenta a un sonriente Ahmed, salieron como si nada hubiera ocurrido.
El marroquí mostró los billetes a una de las cámaras
y nos guiñó un ojo en señal de complicidad. Un
instante más tarde concluía la filmación. No fue más que curiosidad lo que me llevó a seguirle la pista a la demanda de divorcio de la señora de H. Parecía claro que Sergio había tenido que ocultar durante años sus tendencias homosexuales para que no afectasen a su empresa, y que sus contactos tenían que adoptar el rol de secretarias aún a riesgo de que su esposa pudiera pensar que era un mujeriego. Y tal vez para no afectar a la empresa, o tal vez por otras razones que no salieron a la luz, la señora de H. decidió retirar la demanda y continuaron (¿felizmente?) casados. La minuta fue abultada. Y se me ocurrió una idea: para celebrar un nuevo éxito en nuestro negocio, invité a Dana y a su hijo a cenar al Kashba, y también Ahmed se sentó junto a nosotros en el mismo reservado que habían empleado Sergio y Sonia para su encuentro erótico-gastronómico. Y saboreamos
el mismo menú. |
Quiero agradecer al Departamento de Actividades
Culturales de la Universidad de Zaragoza y muy especialmente a Francisco
Ruiz la ayuda, el buen trato y todas las facilidades dadas para que
estos relatos estén presentes en las páginas de la Guía. |
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