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Primer concurso nacional de relatos cortos sobre gastronomía y erotismo
Kashba / Pablo Palacín Pi/ Accésit



Kashba/ Pablo Palacín Pi/ Accésit


-¿Listo?

-Cuando quieras.

Dana metió la cinta en el primer video mientras yo me ocupaba del segundo y después ajustamos los controles del mezclador, aunque no empezamos a grabar todavía nada definitivo. Prefería visionar primero el material y después escoger las mejores imágenes, y para eso dana resultaba una ayudante insustituible.
Cuando me enteré de que el encuentro iba a celebrarse en el Restaurante Kashba estuve a punto de dar saltos de alegría. Ahmed, el dueño, es un viejo amigo de la época en que entró en España con un visado falso de estudiante de la Universidad de Casablanca. Después de recorrer medio sur y parte del centro debiendo aceptar los trabajos más míseros para no morirse de hambre y siempre con la policía pegada a los talones recaló en Zaragoza, y Dana y yo le ayudamos a poner todos sus papeles en orden y a abrir ese restaurante especializado en comida marroquí que tanto éxito había tenido y dinero le estaba proporcionando.

Pero me temo que estoy yendo demasiado aprisa. Me presentaré: mi nombre es Gerardo (el apellido no tiene importancia), y comparto con Dana una agencia de detectives dedicada preferentemente, como no podía ser de otra manera, a asuntos matrimoniales. Puntualización: nuestros servicios consisten en reunir pruebas para los juicios de separación y divorcio. En el caso que nos ocupaba en esos momentos, la señora de H., harta de los devaneos de su marido con cualquier cosa que llevara faldas y un escote, decidió plantearle una demanda de divorcio por infidelidades reiteradas para quedarse con todo, incluyendo la custodia de los hijos y la casa.

Estuvimos siguiendo al señor H. durante algunas semanas sin resultados positivos. Se trata de un conocido industrial que mantiene constantes reuniones con gente del ramo de los sanitarios, normalmente en Zaragoza pero a veces también fuera de la ciudad, a las que suele asistir acompañado de una secretaria y nunca la misma, lo que para nosotros implicaba descartar los escarceos con el personal (era lógico pensar que no todas las muejres de la empresa iban a aceptar las insinuaciones del jefe).

Empezábamos a pensar que aquello no era más que el fruto de la imaginación de una esposa celosa cuando nos enteramos de que, para celebrar la culminación de un negocio especialmente provechoso, el señor H. decidió invitar a comer a una de sus ayudantes. La verdad es que aquella mujer había colaborado activamente en el proceso de negociación y era bastante lógico que obtuviera un premio por su buen hacer, pero puesto que la paciencia de la señora de H. estaba llegando a su límtie y aquella podía ser nuestra última oportunidad, decidimos aprovecharla.
El restaurante de Ahmed está dividido en dos secciones. En la aprte principal, junto a los ventanales que dan a la avenida, una decena de mesas para las comidas rápidas, detrás, en un anexo adquirido algún tiempo después de la apertura del negocio, media docena de “reservados” cuyo tamañano puede ser modificado mediante el ha´bil uso de biombos de más de dos metros de altura que casi llegan hasta el techo. Estos biombos cuentan con un revestimiento en su parte interior que absorbe los sonidos (tecnología espacial, como la califica su propietario), de forma que, a poco discretos que sean los que están protegios por ellos, desde fuera es prácticamente imposible enterarse de lo que ocurre detrás.

La noche anterior al ágape, y con el local ya vacío, Dana y yo procedimos a instalar dos mini-cámaras, una en cada esquina del reservado escogido, convenientemente disimuladas en la decoración de enredaderas artificiales que circunda el techo. Dana es una mujerona que, a pesar de llevar más de cuarenta a sus espaldas, se las apaña mejor que yo con los artilugios electrónicos, así que la dejé hacer mientras el que suscribe procedía a esconder los cables, de un oportuno color verde, de forma que parecieran las ramas de las plantas. Después fue el propio Ahmed quien con ojo crítico revisó nuestro trabajo, dándonos el visto bueno. Él sería quien, en el momento que juzgara apropiado, pondría en marcha los vídeos en que se grabarían las imágenes de la reunión.Sólo nos quedaba esperar.
Hasta la noche siguiente no podiamos pasar a recoger las grabaciones y desmontar el tinglado así que, por unanimidad, decidimos conectar el contestador automático en la oficina y tomarnos el día libre. A mis treinta y cinco sigo soltero, y después de las horas que hay que pasar a la intemperie en este oficio de locos, aprovecho los días de asueto para quedarme en casa oyendo música o leyendo un libro. Y si necesito de compañía femenina, los años de profesión me han proporcionado un buen número de “amigas” que no le hacen ascos a un whisky.

En cuanto a Dana, es nieta de un gallego (cómo no) que emigró a la Argentina antes de la guerra y allí hizo fortuna. Porteña hasta en el acento, cálido y meloso, se prometió con el hijo de un próspero industrial que casi desde el día siguiente al de la boda no cesó de someterla a todo tipo de vejaciones y de ponerle la mano encima hasta que, después de una borrachera de las que hacen época, estuvo a punto de matarla de una paliza. Dana cogió lo poco que estaba a su nombre y, arrastrando una maleta en una mano y a su hijo en la otra, se plantó en España después de un vuelo agónico de catorce horas.


El abogado que le llevó los trámites del divorcio es un buen amigo mío, y ahora también de ella. Siguiendo sus instrucciones me desplacé a Buenos Aires, donde descubrí que el pollo era bien conocido en los barrios marginales en los que abundaban las putas y los chulos por igual, y en poco más de una semana había conseguido un dossier de cogorzas, peleas callejeras,donjuaneos y calaveradas como para remover la conciencia del juez más remiso. Dana entonces no tenía dinero, no podía pagar mis servicios, pero se ofreció a poner sus conocimientos de electrónica, a la que era muy aficionada, a mi disposición. Y aunque desde la sentencia el marido no ha dejado de pasarle puntualmente la pensión a la que fue condenado, quién lo hubiera dicho, así hemos continuado hasta hoy.
Después de recoger todo el material que habíamos sacado del restaurante y embalar aquello que era más delicado, y a pesar de que pasaba de la una de la madrugada, decidimos echar un vistazo a las graba ciones. El chaval de Dana, Martín de nombre, quedaba al cuidado de uno de los canguros proporcionados por la Casa de la Mujer cuando su madre tení que ausentarse por razones del trabajo, así que por ese lado no habría problema.

-¿Listo?

-Cuando quieras.

Rebobinamos los dos vídeos, ajustamos el mezclador y, convenientemente provistos de cigarrillos, hielo y una botella de bourbon sin desprecintar, pulsamos el play y fuimos siguiendo las escenas en dos monitores paralelos.
La grabación comenzaba cuando nuestros protagonistas ya estaban sentados ante una mesa redonda de buen tamaño pero sólo con dos sillas. Él es ligeramente calvo aunque de rasgos agradables, un poco griegos, y con una discreta barriga; ella, una señorita de edad indefinible ataviada con un traje de chaqueta claro, melena bien cuidada y rostro no demasiado aderezado con afeites. Reconocimos que no hacían mala pareja.

Como la grabación se había realizado en blanco y negro algunos de los paltos no se distinguían bien, pero pude apreciar unos entrantes a base de croquetas de garbanzos y espinacas y algo parecido a una ensalada, una bandeja de pescado horneado a la sal, cous-cous y cordero en salsa de una fruta, probablemente albaricoque. Mientras Ahmed y uno de sus ayudantes iban sirviendo las bandejas la pareja se mantuvo dentro de los cauces de una agradable conversación, pero las copas de vino, creo que de un Cariñena reserva aunque no pude distinguir el nombre impreso en la etiqueta de la botella, se vaciaban con regularidad. Comieron con apetito y hacia el final de los platos saldados ya habían empezado a reírse.

Ahmed les obsequió con un surtido de apstelillos hojaldrados típicos de la zona del Atlas rellenos de miel, piñones y pasas, y dos tazas de té a la menta y con un “toque especial” que, conociendo al anfitrión, se trataría seguramente de un afrodisíaco.

-Eso es todo. Disfruten. Y si desean algo más, sólo tienen que llamarme.

Era la frase que siempre pronunciaba para anunciar que cerraba los biombos y que nadie iba a molestarles, al menos durante un plazo de tiempo prudencial.

-Este Ahmed es una joya.

-Ya lo creo.

Miré a Dana de reojo: sus pupilas brillaban y una vena le latía en la sien. Ya estábamos habituados a lo que solía venir detrás, y tal vez por eso la sorpresa fue mucho mayor.

La muchacha, que respondía al nombre de Sonia, tomó uno de los hojaldres y se metió la mitad en la boca pero sin llegar a morderlo. Con un gesto lleno de femenina coqueteria se lo ofreció al señor H., a quien para abreviar llamaré Sergio (obviamente, no es su verdadero nombre).Pues bien, Sergio se inclinó hacia ella, atrapó el resto de pastelillo entre sus propios labios y ambos permanecieron unidos mientras por sus bocas entreabiertas podíamos apreciar el ir y venir de lenguas cargadas de lujuria. La fiesta hábia comenzado.
La mezcla del vino y el té debía haber producido un efecto explosivo en aquellos dos seres, porque no tardaron en poner las manos en movimiento y comenzar a despojarse de la ropa. Debajo de la camisa de Sonia apareció un sujetador blanco de raso con los bordes empuntillados que ocultaba un pecho rotundo, no demasiado grande pero sí firme y bien proporcionado. Sin llegar a desabrochar la prenda. Sergio apartó la tela hasta dejar al descubierto los pezones y se inclinó a besar uno mientras pellizcaba el otro con la yema de los dedos o recorrfía todo el controno del seno con una mano ligera como una pluma. Sonia había cerrado los ojos pero no se limitó a ser una amante pasiva; muy al contrario, su mano izquierda había desabrochado la cremallera del pantalón de Sergio y, a juzgar por el movimiento dentro de la bragueta, le estaba haciendo una paja en toda regla.


-Caray.

-Eso, caray.

Podíamos percibir claramente los gemidos, suaves los de ella, profundos los de él. Sergio se puso en pie, hurgó unos segundos dentro del calzoncillo y sacó un pene aún no demasiado inspirado a pesar de las caricias que había recibido.

Sonia tomó uno de los pastelillos de la mesa, lo abrió por la mitad, dejó que la miel cayera sobre el glande y resbalara por la piel hasta los testículos y después comenzó a chuparla con fruicción, ora con la lengua recorriendo el miembro en toda su longitud, ora acomodándolo dentro de su boca e iniciando un movimietno de mete y saco digno de las mejores películas porno.

Cuando Sergio estuvo a punto, apartó a un lado de la mesa las bandejas que el servicio del restaurante aún no había recogido y ayudó a Sonia a que se tendiera sobre el tablero. Llevaba una falda plisada de medio vuelo que el hombre levantó sin dificultad, pero en vez de dejar a la vista la preceptiva prenda interior femenina, más o menos sexy y del color a gusto de la consumidora, nos encontramos con un slip tipo bóxer, alto hasta la cintura y ligeramente abultado en su parte central.

-Pero...

Sergio la ayudó a desprenderse del canzoncillo, pues a fin de cuentas de eso se trataba, dejando a la vista un falo de reducidas dimensiones, como si su propietaria/o se estuviera sometiendo a una de esas terapias a base de hormonas femeninas previas a un cambio de sexo que ocasionan la progresiva minimización de los órganos masculinos. El señor H, lo tomó entre sus manos, lo besó con mimo y hasta lo acarició con su lengua, pero estaba claro que su objetivo no era ese sino el orificio que se ubicaba un poco más abajo, y Sonia se abrió de piernas para que su amante lo explorara a placer. Y una vez que tuvo el ano bien lubricado, Sergio lo penetró con su verga para goce de ambos.

-Menuda sorpresa....

El señor H. comenzó a bombear despacio, como saboreando el momento, como si contara con todo el tiempo del mundo, pero conforme su excitación iba aumentando así incrementó el ritmo. Sonía tenía las piernas abiertas formando un ángulo increíble, digno de un atleta o, al menos, de alguien con una forma física envidiable, y su minúsculo pene también había alcanzado la erección.

Dana miraba la pantalla como hipnotizada, como si no pudiera creer la transformación llevada a cabo por Sonia ante nuestros ojos. Y es que nunca nos habíamos encontrado con algo semejante: ni en sus piernas, ni en su pubis, ni en sus brazos, ni tan siquiera en su rostro había el más mínimo rastro de vello.

-¡Qué demonios....!

Con su corpulencia, Dana no tuvo ninguna dificultad en derribarme de la silla y arrebetarme de un mismo golpe el pantalón del chándal a la vez que el slip. Se apoderó de mis genitales y los estrujó sin piedad entre sus manos consiguiendo arrancarme aullidos de dolor, pero descubrí una nueva fuente de placer que nunca hasta entonces había experimentado.

Y cuando mi pene estuvo a su gusto se arremangó la falda, se quitó las bragas de un tirón y se montó a horcajadas sobre mí sin darme la oportunidad de opiniar acerca de la postura que más nos pudiera apetecer a ambos. No fue una violación....pero la verdad es que le faltó muy poco.

Llegamos al organsmo las cuatro a la vez, pero mientras los del restaurante se vieron obligados a contener sus efusiones para no escandalizar a sus vecinos de reservados, nosotros dejamos que nuestros gemidos inundaran la oficina, aún a riesgo de que nos oyera algún vecino. Dana recompuso su atuendo y me ayudó a levantarme sin atreverse a mirarme a los ojos. Nunca nos había ocurrido nada semejante, sobre todo porque ella dejó muy claro desde el principio que después de su fallida experiencia en el matrimonio, con el único hombre con el que quería tener tratos era con su hijo.

-Lo siento...No sé lo que...

-No importa -le dije, mientras rebuscaba por el suelo el lugar al que habían ido a parar mis pantalones-. Si quieres lo olvidamos, y ya está...

Encendió un cigarrillo con dedos temblorosos y volvió a su puesto ante los mandos de los vídeos. Sergio y Sonia, o como quiera que se llamase, estaban terminando de vestirse, se comieron uno de aquellos hojaldres sin dejar de hacerse arrumacos y, después de abonar la cuenta a un sonriente Ahmed, salieron como si nada hubiera ocurrido. El marroquí mostró los billetes a una de las cámaras y nos guiñó un ojo en señal de complicidad. Un instante más tarde concluía la filmación.

Consumimos casi tres horas y dos vasos de bourbon en dejar preparado el trabajo. La profesionalidad dejó a un lado los sentimientos de culpabilidad o de extrañeza e hicimos un reportaje limpio, pulcro y carente de subjetividad por nuestra parte. Algo digno de ser presentado como prueba ante cualquier tribunal. Y de lo ocurrido durante aquella extraña noche nunca más volvimos a hablar.

No fue más que curiosidad lo que me llevó a seguirle la pista a la demanda de divorcio de la señora de H. Parecía claro que Sergio había tenido que ocultar durante años sus tendencias homosexuales para que no afectasen a su empresa, y que sus contactos tenían que adoptar el rol de secretarias aún a riesgo de que su esposa pudiera pensar que era un mujeriego.

Y tal vez para no afectar a la empresa, o tal vez por otras razones que no salieron a la luz, la señora de H. decidió retirar la demanda y continuaron (¿felizmente?) casados.

La minuta fue abultada. Y se me ocurrió una idea: para celebrar un nuevo éxito en nuestro negocio, invité a Dana y a su hijo a cenar al “Kashba”, y también Ahmed se sentó junto a nosotros en el mismo reservado que habían empleado Sergio y Sonia para su encuentro erótico-gastronómico.

Y saboreamos el mismo menú.



Quiero agradecer al Departamento de Actividades Culturales de la Universidad de Zaragoza y muy especialmente a Francisco Ruiz la ayuda, el buen trato y todas las facilidades dadas para que estos relatos estén presentes en las páginas de la Guía.
También quiero felicitar a mi buen amigo Alberto Mur del Restaurante La Mandrágora (C/ La Paz 21 Tef. 976 210434 Zaragoza), por haber tenido la buena idea de cocinar este concurso sobre gastronomía y erotismo.

Asi mismo animar a los organizadores y colaboradores para que como decimos aquí, "no se quede en agua de borrajas" y podamos ver futuras ediciones de tan interesante y exitosa iniciativa.

Organizan Colaboran
Actividades Culturales Universidad de Zaragoza Universidad de Zaragoza Restaurante La Mandrágora   D.O. Cariñena Revista Cultural La Mosca

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