Primer
concurso nacional de relatos cortos sobre gastronomía y erotismo Manos de hueso y leche/ Elisa Arnal Calvo/ Publicación |
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Manos
de hueso y leche/ Elisa Arnal Calvo/ Publicación
INGREDIENTES: |
Por fin, me tendiste sobre las sábanas y me besaste el pecho como nadie nunca lo había hecho y me estremecí al notar tu cálida lengua en mis senos. Estábamos desnudos, ya no había ningún obstáculo que sortear. Regresaste a mi cuello -punto por el que siempre he tenido una especial predilección erótica-, y los lóbulos de mis orejas temblaron al rozarlos con tu epidermis. Te ensañaste con ellos: tu lengua, dilatada y húmeda, no cejó en su empeño de recorrer mi oreja de principio a fin, lenta, suavemente, placenteramente. La deslizaste por todo mi cuello y llegaste hasta mi ombligo, te saciaste en su oasis. Tus brazos, mientras, enloquecían en mi pecho y mis pezones de leche. Bajaste por mis piernas hasta mis pies, helados y amoratados, y los metiste dentro de tu boca para regalarme más frío todavía; tus dientes me hicieron cosquillas hasta que se te escapó un lascivo mordisco. Te pusiste de rodillas frente a mí, te agachaste y atrapaste entre tus manos mis tarsos, metatarsos y dedos. Los chupaste, como si eso te diera de mamar. Estabas ávido de saborear más y más partes de mi cuerpo. Recuerdo que, en un arrebato de locura terminal, te agarré por el cuello y te obligué a echarte bocarriba, justo como yo había estado. Abriste los brazos, esperándome impaciente como si fuera el mejor regalo que te habían hecho. Me coloqué sobre tus rodillas. Las piernas abiertas y los brazos apoyados en tus hombros. No podías moverte y eso era lo que quería. Me solté el pelo y besé tu frente, tus párpados, tu nariz, tus labios, superior e inferior, tu mentón, tu nuez, tu cuello palpitante Te estremeciste bajo mi talle. Agaché la cabeza y mi pelo lacio surgió en toda su longitud. Cayó sobre tu cara, tus ojos cerrados y tomaste aire profundamente. Bajé por tu cuello, tu tórax, tu ombligo, tus caderas. Te arranqué ea contracción previa al orgasmo nada más rozar las puntas de mi cabello tu pene erecto, mucho más grande de lo que me imaginaba. Lo besé repetidas veces. Sabía a leche, como todo tu cuerpo. Seguí hasta tus tobillos pero tú, delirante ya, me lo impediste. Te revolviste en un ágil movimiento atlético y me ataste a la cabecera de tu cama con una cinta que rebuscaste bajo la almohada. Tranquila , susurraste. Sonreí. Me incorporé un poco hasta tu oído y te grité con un silencio sepulcral: ¡Hazme el amor! Hazme el amor Dulcemente . No recuerdo si mi escuchaste, pero sí que tensaste más los nudos hasta estrangular mis muñecas; bombeaban deseo, rezumaban sexo. Cerré los ojos con placer; tú esperabas encima, me mirabas fijamente, de la misma manera en que solías dejarme perpleja. Acariciaste mi cuerpo por última vez, volviste laxa tu cabeza y la reclinaste contra la mía. Y de pronto, ya estabas dentro. Sí, dentro. Respirabas cada vez más aprisa y me hacías agitarme cada vez más desacompasadamente por tus frenéticos estremecimientos internos. Nuestras fibras se estremecían hasta la médula, era una sensación de las que no se pueden explicar con palabras, como todo lo que es eterno. Te arañé la piel sin darme cuenta o quizás mi subconsciente anhelaba hacerlo. Tus brazos aprisionaron mi cintura y me incitaron a abrir más los muslos, en un intento de acoplarme más a ti. Pero era imposible: estábamos sellados y encajados perfectamente; alcanzando el ritmo requerido en aquella carrera a contrarreloj. El ruido era ensordecedor; la cama golpeaba frenética la pared y el colchón crujía preso de la envidia. Me agarré a tu cuello sudoroso mientras intentaba cerrar la boca babeante de amor sin éxito. Grité, no pude contenerme, tal era mi carnalidad descontrolada. Afuera había clases, alumnos, discusiones, atascos, precios, olor a humanidad, cuadernos, bolis, calor de verano.. Demasiado. Pero dentro estabas tú. Tú y tu gélido aliento, tu leche inundando todo mi cuerpo: mi sangre, mi útero, mis manos, mi lengua, como en los mejores tiempos. Leche, oh, mi líquido amniótico. CALORÍAS: DIFICULTAD: SUGERENCIAS: |
Quiero agradecer al Departamento de Actividades
Culturales de la Universidad de Zaragoza y muy especialmente a Francisco
Ruiz la ayuda, el buen trato y todas las facilidades dadas para que
estos relatos estén presentes en las páginas de la Guía. |
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