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Articulo de Fernando Villanueva publicado en el grupo de news es.charla.gastronomia
La trufa | ||
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En la cocina |
Los cocineros franceses exageran a veces, repitiendo los abusos que se
cometían en la belle époque, cuando se llegó a considerar que cualquier
plato se podía valorizar con la presencia de la trufa. En realidad, la
prodigalidad de aquellos cocineros producía una excesiva densidad de sabor
que anulaba el gusto del ingrediente principal.
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Sabiamente dosificada, la
trufa es acompañamiento ideal de infinidad de platos: ilustra
magníficamente los timbales y la caza, califica las gelatinas, constituye
el perfecto complemento de otra excelsa especialidad francesa, el foie
gras: tenemos entonces el incomparable foie gras truffé, cuya invención
algunos atribuyen, erróneamente, al compositor Rossini que, a su genio de
artista, unió una apasionada vocación de orondo y jovial gastrónomo. A él se
debe la consagración por la académica cocina francesa de un plato
originariamente italiano, los macarrones con trufas, que en el Piamonte se
elaboran con trufa blanca.
En cocina, las trufas se utilizan crudas o cocidas, cortadas en láminas, en rodajitas o en dados, en forma de jugo, de fumet o de esencia y hasta, simplemente, por su perfume: «Cuando tengáis deseos de comer huevos pasados por agua, si tenéis unas trufas en casa ponedlas en un cesto con los huevos y al día siguiente comeréis los mejores huevos pasados por agua de vuestra existencia gastronómica» (M. des Ombiaux).
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Otras preparaciones en que entra la trufa, a parte de las reseñadas,
preparaciones de huevos y las ensaladas ricas, llevan las denominaciones
más fastuosas, platos Périgueux o a la perigordina.
Las salsas: diplomótica, financiera, Joinville, Regencia o rica; las guarniciones banquera, Belle-Héléne, Berny, cardinal, Chambord, Demidof, favorita, Frascati, Godard, Lorette, Lúculo, reforma o Rohan; el solomillo de buey Prince-Albert, el timbal Talleyrand, la pularda a la d'Albufera, medio luto o Eduardo VII, los filetes de lenguado a la imperial o Renacimiento, el bogavante Victoria, el tournedos Rossini etc. Sin embargo, como dijo Colette: «A menudo se paga su peso en oro, para hacer de ella un uso lamentable. Se la envisca con foie gras, se la inhuma en un ave sobrecargada de grasa, se la sumerge picada en salsa oscura, se la desposa con hortalizas enmascaradas con mayonesa... ¡Pelusa de los picadillos, de las laminillas, de los recortes, de las peladuras de trufa! ¿Es que no es posible amarlas por sí mismas?».
En efecto: los auténticos conocedores estiman especialmente la trufa entera
y fresca, sea cruda, con mantequilla o en ensalada, sea asada al rescoldo o
estofada, al vino blanco o al champaña, e incluso en una croûte de hojaldre.
La trufa La perla negra.
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Colette nos dejó también una suculenta receta: «Bañada en un buen vino blanco muy seco -guardad el champaña para los banquetes, la trufa prescinde muy bien de él-, salada sin exceso, con escasa pimienta, cocerá en la olla negra bien tapada. Durante veinticinco minutos danzará en la ebullición constante, arrastrando en los remolinos y la espuma -como unos tritones jugando alrededor de una Anfitrite negra-, una veintena de torreznos semigrasos, semimagros, que estofan la cocción. ¡Ninguna especia más! ¡Y fuera la servilleta cilindrada con gusto y relente de cloro, último lecho de la trufa cocida! Vuestras trufas han de llegar a la mesa en su caldo corto. Servidlas sin demora: la trufa es aperitiva, digestiva». Pero cuando se disponga de unas trufas enteras, el consejo es que se tomen en pieza, que así gozaremos de toda la suculencia de estas criadillas de tierra. Francia tiene dos fórmulas para cocinar las trufas que son incomparables. Una, majestuosa, es la de las trufas al champán, (contra la opinión de Colette). La otra, más humilde pero no menos acertada, es la de las clásicas truffes sous la cendre del Périgord. Su elaboración es bien sencilla: se sazona la trufa con sal, pimienta y otras especias, se le añade un poco de buen coñac, luego se envuelve cuidadosamente en papel de barba y, sin más, se coloca en el rescoldo de leña. A esta fórmula original, diversos maestros de cocina han aportado algunas modificaciones: los hermanos Rouzier, de París, sustituyeron el papel de barba por un vol au vent con un relleno de foie gras; Raymond Oliver, en cambio, envuelve la trufa, rebozada con foie gras, en lonjas de jamón en dulce, y la recubre luego con una pasta de hojaldre untada con yema de huevo batida.
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La trufa |
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