- El huésped que en la mesa se hace esperar más de un cuarto
de hora, no es un "gourmand" : es un grosero.
- La persona que se sujeta la servilleta en la camisa o se la
pone en el ojal de la chaqueta, sólo puede ser un comilón o un
imbécil.
- Hay mujeres que quieren pasar por distinguidas y creen
impresionar mucho dejándose los guantes puestos para comer. ¡Qué poco
tacto, qué asco, qué repugnancia despierta su actitud! Es tan
antinatural llevar guantes como acostarse con botas de montar. (O
también darse polvos y pintarse durante la comida).
- Una comida sencilla, servida en una mesa bien iluminada,
sabe mejor que el manjar más rico que haya que tragarse a oscuras. La
luz es el destello de Prometeo, lo que infunde un apetito acelerado
incluso al estómago más perezoso.
¡Qué imbéciles gastrónomos deben ser los que anuncian a gritos
que hacen servir una buena comida a la débil luz de las velas y qué
"entendidos" serán los que creen deleitarse al resplandor de luces
vacilantes y tristes!.
- El huésped advertido no empezará conversación alguna hasta después
del primer plato. Hasta entonces, la comida es un asunto grave del
cual nadie debe distraer con ligereza la atención de los demás.
- En ninguna parte el hombre culto debe elegir con más
prudencia sus conversaciones que en la mesa. Si durante la comida se
habla con la hermosa vecina de la belleza de otra mujer ; con un
poeta, o músico, del talento de su competidor ; con un general, de
las victorias de otros militares ; o con un periodista, de los
numerosos lectores de la prensa rival, a estos pobres diablos se les
estropea el apetito y hasta se puede despertar en ellos la sospecha de
que uno es un malandrín o un botarate.
- El mayor pecado que un "gourmand" puede cometer contra los
demás es quitarles el apetito. El apetito es el alma del "gourmand", y
quien intenta estropearlo comete un asesinato moral, un asesinato
gastronómico, y por lo tanto merece que se le condene a trabajos
forzados.
- Nada hay que ayude tanto a la digestión como una buena
anécdota de la que uno pueda reirse con toda el alma.
- Una persona estúpida jamás y en ningún sitio se comporta más
neciamente que en la mesa, mientras que una persona con agudeza de
ingenio tiene en la mesa la mejor ocasión para lucir sus facultades.
- La única manera decorosa de rechazar el plato que os ofrece
la dueña de la casa es pedirle algo más del plato anterior.
- Si un huésped ofrece a otro una fuente, este último tiene el deber de aceptarla
sin vacilaciones; toda competencia ridícula sobre quién de los dos
ha de servirse primero, hará que la comida se enfríe, con lo cual
uno puede cometer un pecado consigo mismo y con todos los demás, por
lo que no merecerá el agradecimiento de nadie.
- Ante la Ley y en la mesa todos deben gozar de los mismos
derechos y han de tener las mismas obligaciones. La mesa nos hace a
todos iguales.
- El que come manzanas o peras sin mondar demuestra que pasa
hambre. Sólo las frutas que uno mismo coge del árbol pueden comerse
así.
- De una buena comida depende una buena salud, de la buena
salud la conservación de una buena constitución, y de ambas todo
cuanto mantiene el edificio social de la sociedad humana en sólidos
pilares.
- La mayor virtud del verdadero "gourmand" es: no comer nunca más
de lo que se pueda digerir con dignidad, ni beber más de lo que se
pueda soportar con plena conciencia.
- Solamente el filisteo necio se estropea el estómago, se
emborracha y luego tiene que echarse a dormir la mona.
- La modorra es la prostitución del estómago.
- El verdadero gastrónomo tiene sólo dos buenos amigos en el
mundo : él mismo y su cocinero. (Naturalmente, esto sólo es válido en
el supuesto de que el cocinero sea verdaderamente bueno ; de otro modo
debe despedírsele cuanto antes).
- El huésped que habla mal de su hostelero antes de que hayan
transcurrido tres horas, debe ser castigado. La gratitud del estómago
debe durar por lo menos tanto como la digestión de lo ingerido.
- El hombre cortés no visita a nadie durante las horas de la
comida.
- La divisa del verdadero "gourmand" es aquella del viejo
Michel de Montaigne : "Mon métier est l´art de bien vivre" ("Mi oficio
es el arte de vivir bien").
Y bien, ignot@ gent@s, esta serie de aforismos con que os he
venido "sopapeando" no son míos (como cualquier lector avisado habrá
inmediatamente podido detectar) sino de M. Alexandre Balthazar-Laurent
GRIMOD DE LA REYNIERE (1759 - 1837) , el más universalmente famoso de
los gastrónomos franceses, cuyas obras -excelsas- tienen aún hoy plena
vigencia. Su tiempo lo repartía entre la lectura (dicen que leía 14
horas diarias), la gastronomía y la literatura gastronómica.
Tipo verdaderamente excéntrico, su historia está plagada de
rarezas : por ejemplo, dicen que odiaba el servicio a la mesa y que,
para no estar a merced de un criado, mandó instalar en su casa un tubo
acústico que tenía siempre a la derecha de su asiento y así daba
directamente las órdenes a la cocina.
Fué el creador de un "jurado degustador" que muy pronto
alcanzó fama mundial : las materias primas de las cenas que todos los
martes se celebraban en su casa eran regaladas por los distintos
establecimientos y elaboradas por los mejores cocineros de París.
Si el jurado en cuestión emitía un certificado favorable, el "donante"
había hecho su agosto, tanta era la fama de imparcialidad y de
conocimientos que el jurado llegó a tener.
Guillermo
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