La mejor comida para un bebé o un niño pequeño
que empieza a compartir la mesa con el
resto de la familia es: la misma comida que come el resto de la familia
(en efecto, somos
una especie "comensalista").
Esto no parece fácil con los purés de verduras... (¿por
qué no? Un plato bien hecho es
un plato delicioso sea cual sea su origen. Un puré de verduras
con gofio canario es una
delicadeza en cualquier menú, lo juro).
De todas formas las lentejas son con harta frecuencia la primera
incursión adultoide
del niño en la comida de su casa. Un potaje de lentejas,
acompañado quizas de papa
"chafada" y "saborizado" con carne, jamón,
hueso... En el invierno que se aproxima
velozmente será un buen plato caliente "para todos los
públicos".
Poco después serán los garbanzos los que le ayuden
a ejercitar su dentadura, su
destreza manual y nuevos sabores y texturas. Tienen injusta fama
de "pesados", pero de
confianza, remojados y bien cocidos, y a dosis sensatas no hay mayor
miedo cuando el
pequeño/a ya sabe "tragar". A mi hija le encantan,
por kilos se los comería, de uno en uno
los coge y se los lleva a la boca. Con espinacas (recortadas con
tijeras si acaso) es un
plato tradicional y sabroso. Los garbanzos desengrasados y acompañados
con la verdura laxa
de cocidos y potes al modo de cada tierra han reunido en mi propia
mesa tres generaciones
en el amor al puchero -y quizás pronto lo vuelva a repetir-.
Por último -entre los europeos, que en latinoamérica
llega antes- llegan las judías.
Igualmente bien cocinadas no debiera haber más problema que
la sofocante costumbre de
aderezar esta legumbre con chacina y grasa sin cuento -obviamente
no indicadas en la dieta
de un niño, y solo a regañadientes en la de los mayores-.
Sin embargo, p.ej. las pequeñas
y negras caraotas (caritas, porotos, frijoles, ...) al estilo venezolano
-esto es
remojadas y hervidas con pimiento verde, un diente de ajo machacado,
comino y azúcar (sí:
azúcar), después salteada con más azúcar-
es un plato exótico, rico y perfectamente apto
para las bocas sub-dentadas de nuestros retoños. Pero bueno,
la minestrone de judías
blancas con verduras y jamón o los muy ricos y no-grasos
platos típicos de judías con
pescados (como esas fabes con almejas que, bien hechas, hacen digna
sombra a la mismísima
fabada). Notad que, aunque la dentición del pequeño/a
se retrase eso no le impedirá
masticar -con las encías- tan eficientemente como si tuviera
ya recias muelas... la
ausencia de incisivos, en el peor de los casos, le impediría
"cortar" los bocados más
grandes.
Para no perder el hilo recordaré que hablamos de "qué
se le puede dar de comer a
nuestra/o hija/o de 8 a 20 meses.
Junto a las dicotiledóneas -antes nombradas- está
la otra gran rama de la semilla
vegetal como fuente importante de alimento y sabor para los más
pequeños: el arroz por
delante de todas las monocotiledóneas, y no voy ahora a enseñar
a las madres/padres que me
lean a preparar un arroz. Blanco, con legumbres, verduras, pescados,
pollo... si hay
"miedo" se puede dejar "pasar" un poco, pero
no es aconsejable -ni está bueno, además de
nutrición les estamos educando en gusto y sensibilidad por
la comida bien hecha, que es
además la más saludable y la que mejor transmite el
cariño que les tenemos-; antes que eso
mejor utilizar el método oriental de cocinar el arroz (similar
a la pasta: agua abundante
con algo de sal, hacer al punto y escurrir, luego mezclar con salsas).
Desde luego algún
que otro arroz con leche... y recuerdo que la leche seguirá
siendo el plato principal
hasta los dos años al menos.
Pero, infrecuentes entre nosotros, hay otros granos interesantes:
el maiz y el trigo.
El primero es frecuente en la cocina canaria, pero reconozco que
va a ser muy difícil en
el entorno de la península ibérica. De todas formas
el maíz dulce enlatado es tierno,
jugoso y alimenticio, añadido p.ej. a ensaladas. Una advertencia:
el maiz íntegro es rico
en gluten, por lo que primero habrá que preguntar al pediatra
por la conveniencia de
incluirlo.
El trigo en grano, inconcebiblemente, ha ido desapareciendo de nuestra
cocina
tradicional. Alguna receta de potajes de trigo tengo por ahí,
pero no quiero subrayar
anécdotas en esta serie, tiempo habrá. Sin embargo
el trigo, en forma de harina, estaba ya
en la comida del bebé -sus papillas- y ahora continuará
conglomerada en forma de... PASTA!
La pasta quizás entre tarde en la dieta del pequeñuelo/a,
pero esto no es debido a
una hipotética dificultad en su deglución/digestión,
sino a que nos frena -a los adultos-
la impresión de que es necesaria una cierta habilidad para
manejar tan ressssbalossa
substancia. Cierto pero erróneo. Si le damos -nosotros, torpes
mayores- p.ej. unos
macarrones o unos ravioli con cuchara/tenedor a un juguetón
infante, es más que probable
que buena parte de la pitanza acabe, junto con nuestros nervios,
por los suelos. Pero al
aprendiz de brujo -entre otras cosas- le entusiasmará la
idea de comerse "eso" por sí
mismo, con sus deditos, paciencia, apetito y una total ausencia
de respeto por la
pulcritud buco-facial.
La pasta no es un puré pastoso, es asible, puede comerse
frío (está más buena fría
;-)), se mastica fácil y es un buen estímulo para
empezar a hacerlo si no había costumbre
aún (algo habrá que vigilar y algún macarrón
llegará incólume al estómago, pero de allí
no
pasará) y se acompaña de una interminable fuente de
sabores adicionales: sus salsas.
Los fussili (espirales o "tornillos"), más aún
si son de colorines, son para un niño
que ejercita sus primeras destrezas en la mesa una oportunidad maravillosa
de comerjugar
(uno de sus deportes preferidos). Más aún si están
bien "pringados" en salsa de tomate,
cremas, bechameles, foiegrass, natas, quesos, mayonesas, ...
Los ravioli son maravillosos mini-bocadillos suaves y rellenos de
algo que empieza a
gustarle: carne.
Los spaghetti o las cintas (cortados "ad hoc" con maternales
tijeras) son divertidos
gusanitos que se cogen a puñados y "aaahjaammm"
-p'adentro-.
El mercado, que conoce bien su potencial clientela, nos obsequia
hoy con pasta teñida
y recortada con formas donde aún los más pequeños
empiezan a reconocer los símbolos del
consumo (nuestras madres -y abuelas- siempre supieron que la mejor
forma de que los
niños/as coman sopa es hacerla de... letras!!!).
No quiero extender el artículo en exceso. Se trataba solo
de dar ideas. Ahora sois
vosotros los que habréis de trasladarlas a vuestra rutina
y modos para que lleguen,
apetitosas, hasta la boca de vuestros egoistas herederos.
Un Amigo
Miguel A. Román
cfarb@correo.rcanaria.es
N.del A.- Aunque la información vertida está contrastada
con bibliografía especializada,
nada, nunca, sustituirá la opinión del pediatra que
conoce cada caso particular.
Publicado
en el newsgroup es.charla.gastronomia